sábado, 30 de julio de 2011

Capítulo 8 - Cuando los grillos cantan

Libromaníaca

El amanecer.
¿Hay algo más hermoso?
La luz rosada del cielo, que invita a pensar, a relajarse; el sonido de los árboles que mueven sus hojas ondulantes a mereced del viento, la brisa fresca del Edén de la mañana, el sol que se asoma desde lo más alto de la montaña.
Y ella, allí, mirando el reflejo del sol que empieza a salir tras el valle. ¿Hay algo más hermoso?
Mirada serena, ojos resplandecientes y brillantes por la luz clara de la salida del sol.
Recogida sobre sus piernas, cabeza gacha, pelo largo y castaño... y una lágrima deslizándose por su rosada mejilla.

Julie no sabía qué hacer.
Si por lo menos contara con la precisión de sus padres, habría conseguido aclararse, podría sacar conclusiones, podría descubrir algo... pero ¿sacar conclusiones de qué? ¿Descubrir qué?
Nada.
Entonces notó una presencia tras ella.
-Siempre me ha gustado venir a este sitio.-susurró Renèe sentándose a su lado-. Pero venía en invierno.
-¿Y por qué nunca viniste en verano?
-Mis padres siempre han preferido vacaciones en invierno, ir a esquiar... Nunca les gustó viajar en verano, dicen que es sofocante.
-¿Y tú prefieres venir en verano, verdad?
-Sí, no hay nada más hermoso que mirar el amanecer, cargado de secretos preciosos en su luz del  color de las camelias... Y lo mejor es verlo, cuando los grillos cantan, despistados, que aún no quieren que se haga de día, y piensan que, probablemente, podrían retrasar la completa salida del sol cantando como hacen por las noches. Y no hay comparación con la fría luz de diciembre, cuando los pájaros no parecen existir y los demás animales está en sus madrigueras, el sol se oculta detrás de las nubes, es imposible averiguar si ha salido al fin o aún no; pero en verano… en verano es distinto, el cielo se inunda por un maravillosa luz rosa y cálida, los pájaros entonan sus hermosas canciones, y el sol se asoma tras el monte.
-Lo que acabas de decir es muy bonito-dijo Julie con una sonrisa dibujada en su rostro.
-Gracias-dijo él devolviéndole la sonrisa.
Renèe se levantó, Julie hubiera deseado que se querdara más tiempo, porque se había dado cuenta de que había hecho un nuevo amigo, porque nunca habían mantenido una conversación profunda de más de un <<Hola>> y un <<Adiós>>.
Entonces se levantó ella también y se fué a arreglar.
Necesitaba estar sola y poder pensar con claridad, estar consigo misma.
Siempre había pensado que estar sola era la mejor manera de saber si los demás la querían, porque solo si ella misma se juzgaba podría intentar hacer el esfuerzo de cambiar.
Salió de la casa y se puso a pensar sobre lo que había pasado el día anterior, cuando su amiga había ido corriendo hasta el bosque, perseguida por unos hombres de negro.
Se acercó al lago, sobre la plataforma de madera, recogió su vestido blanco para sentarse, que se había llenado de barro al correr, se sentó y metió un pié en el agua oscura. Aquel día era frío y su luz gris y pálida. El amanecer, por lo menos, te reservaba la sorpresa de cómo sería el día, porque el amanecer era hermoso, y fuera cómo fuese el día, no lo sabrías hasta el momento en el que estuviese el sol arriba en el cielo.
Entonces volvió a notar cómo si alguien estuviera a su lado. Sonriendo para sus adentros, pensó que sería Renèe otra vez, y le dio la espalda, mirando hacia los árboles de la orilla opuesta. Era como si alguien la hubiera estado mirando, como cuando en su casa se había bañado en la piscina, y había notado una presencia extraña a lo lejos.
Entonces, esa persona se pegó a ella, y le susurró en un oído algo que no había logrado comprender, y después volvió a hacerlo:
-Así que vosotros sois los que conseguisteis desvelar el secreto… ¿verdad?-Julie se sobresaltó, aquel no era Renèe, pero tampoco Claire o Sophie, aquella era una voz cavernosa, pero a la vez de trato dulce, y eso era lo que más miedo evocaba.
Se dio la vuelta, y descubrió, horrorizada, que ya no había nadie.
Esa persona se había ido, probablemente no volvería… ¿O puede que sí?

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